Es jueves por la noche y la ominoso, profunda voz de mi madre me habla desde una distancia emocional insondable; la escucho salir con extraordinaria claridad desde mi teléfono Huawei, con su timbre de reflexivo inquisidor: "... entiendo...pero...si no vas a venir a cenar en Navidad...¿Sí te espero para Fin de Año, cierto? ¿O también tienes cosas qué hacer con Fabiola ése día...?".
Esta pregunta tenía, al final de su respuesta, un corredizo y diligente nudo de ahorcado: "Pues sí, mami, te recuerdo que desde hace meses reservamos un Airbnb en Acapulco para pasar allá el Fin de Año, que está bien padre y justo a un lado de la casa que fue de Cantinflas... ¿De verdad no te acuerdas? Si hasta Faby te había dicho si querías ir...".
"Ah...", se permite responder, "está bien...no te preocupes". Y en mi cabeza estalla un grito que, al principio, no entendí bien de dónde venía: ¡AY DE TÍ, QUE EN LAS SIGUIENTES TRES NOCHES EMPEZANDO AHORITA, SERÁS VISITADO POR LOS FANTASMAS DE LA CULPA Y LA VERGÜENZA; Y PARA EL VIERNES Y EL SÁBADO, EL FANTASMA DE LA ANSIEDAD Y DE LA DUDA EXISTENCIAL, ASÍ, EN ÓRDEN, PARA QUE TU CRUDA DEL DOMINGO SEA INOLVIDABLE...!"
"Mamá, ¿decías algo?". "No hijo, estaba pensando entonces que, cuando tengas algo de tiempo, vente a comer o a tomar un café para vernos", me responde con la calma fría y cordial del resentimiento. "Te amo". "Yo también hijo...salúdame a Faby. Que descansen".
Estiro las piernas por debajo de la mesa hasta que la espalda y el cuello me truenan. Cierro los ojos y me resisto a mirar hacia la sala: sentadas muy juntas y tomadas de la mano, las gemelas no-idénticas que juegan a llamarse Culpa y Vergüenza ya me esperan sonrientes para nuestra sesión: traen consigo clavos de diferentes tamaños y dos polines de madera, con 2.20 metros cada uno, recién comprados en Home Depot; estas diablillas saben que soy un católico que no ejerce.
Me levanto para buscar una Victoria de 473 mililitros del refrigerador, y también por la botella de whisky que compré para Navidad.
"¡Válgame Dios...!", pienso sobresaltado, mientras hago malabares con la lata, un vaso, la botella y el viejo martillo que me ayudará durante la sesión, "¡... éste litro de whisky no me va a durar para las tres noches!".
Julio Cesar Rueda.
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