Parece haber un conocimiento popular que nos presenta a una amiga que llamamos EMPATÍA. Se cree que es una capacidad (emocional) que nos acerca a sentir lo que rensión otras personas sienten y que popularmente conocemos como “ponernos en los zapatos del otro”. Algunos de los que nos dedicamos a acompañar en terapia a otras personas, quizá vivimos algún ejercicio en el que nos hicieron quitarnos nuestro calzado para usar el de alguien más y tratar de sentir lo qué significa llevar puesto ese calzado. También, entre más podamos sentir esta empatía, nos dicen que más empáticos somos como si fuera una suerte de capacidad competitiva a desarrollar. Los neuropsicólogos (y otros profesionales) a través de diversos métodos e investigaciones descubrieron unas neuronas en nuestro cerebro nombradas “neuronas espejo”. Estas, se ponen en juego cuando convivimos (a través de nuestros sentidos) con otras personas y nos dan acceso a la información emocional que está viviendo otra persona, y es a esto a lo que ahora llamamos empatía. Esto fue un gran avance para muchas ciencias y en específico (porque a esto me dedico) para las herramientas y aplicaciones a la psicología clínica.
Estas neuronas espejo son valiosas si se quiere convivir con otros seres humanos (de inicio, no veo quién no quiera e incluso, no lo necesite). Nacemos con una determinada cantidad (biología) y a través de los diversos estímulos que vamos recibiendo, las desarrollamos (sabiéndolo o no) en el transcurso de nuestra vida gracias a las experiencias que vamos coleccionando.
Diversos profesionales que se dedican a estudiar los comportamientos de personas quienes han cometido delitos, han determinado que hay un perfil de personas con una estructura psíquica sociópata (revisar DSM V). Estas personas, en términos populares, carecen de empatía o por decirlo de una manera distinta, no tienen neuronas espejo, las tienen atrofiadas o las desarrollaron (a través de sus experiencias) hacia lugares distintos que los encaminaron a lastimar a otros.
Filosóficamente hablando es imposible comprender al otro, sentir lo que siente y saber lo que significa ser esa otra persona, y esto, por el simple hecho de que no soy esa persona, nunca nadie lo ha sido y nunca nadie más lo será (soledad existencial). Pareciera que este planteamiento busca aniquilar a la empatía como término desarrollado y sustentado pero no es así. Solamente, sugiere que es más adecuado hablar de neuronas espejo como aquellas que nos dan un acceso al diálogo con otro ser, reconociendo y respetando nuestra diferencia en un ejercicio de validar lo que vivo con el otro (sensaciones, emociones, pensamientos) de la misma manera que valido su experiencia conmigo.
Pero, entonces, ¿cómo me relaciono con otros?, ¿la empatía sirve para algo?, ¿y las neuronas espejo?, ¿estamos completamente solos? En un intento de responder a estas preguntas, mi invitación es a reconocer que no somos seres aislados (todo nos impacta e impactamos al mundo, co-construcción) y que una de las pocas cosas que tenemos, es el diálogo de lo que a mi me pasa con lo que al otro le pasa, sabiendo que, como decimos en México, “ni muy muy, ni tan tan”. Pero es a través del diálogo honesto y emocional donde podemos tener un DIÁLOGO REAL que nos transforma. Intentando ponerlo en fórmula: A + B = AB ,por lo tanto, A ya no es tan A ni B es tan B...
Juan Sánchez-Kidwell
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