“¡Vete coronavirus, vete coronavirus!” dijo una de mis nietas mientras manoteaba por la ventana intentando alejar aquello imaginado como un virus. Días después, en plena primavera del esperado 2020, la escuché llorar (por Internet) porque no podía jugar con sus amigos en la escuela, ni ver a sus abuelos, ni salir a la calle. Me pregunté ¿cómo podía entenderlo una niñita de sólo cuatro años?
En la semana santa escuché en el mercado el siguiente diálogo:
⎯ Dicen que no puedes respirar, pero hay una veladora y un baño que lo quita como magia con eso ¡ya no te contagias comadre!
⎯ No me lo digas, ¿sabes dónde la venden? Me urge, todos tenemos mucho miedo, si cierran todo nos va a ir peor y si nos enfermamos ¡qué miedo! No todos podemos trabajar desde nuestra casa. ¿Cómo se llama la veladora?
Las estrategias sanitarias han dado prioridad al aislamiento y al distanciamiento social como una forma de contener el COVID-19, nos encontramos confinados en nuestras casas y desde éstas escuchamos noticias sobre los más de dos millones de infectados y decenas de miles de muertos en todo el mundo. NO tenemos posibilidad de reunirnos abiertamente con nuestras familias, la movilidad es reducida, sabemos de personas despedidas de su trabajo, escuchamos de crisis económica, tenemos conocidos que han enfermado, sabemos nombres de algunos muertos, y así podríamos seguir, con una larga lista de temas inciertos y críticos. Efectivamente, tenemos, pensamos y actuamos con miedo.
Por una parte, el miedo nos ayuda en la alerta nuestros sistemas de vigilancia y pone en acción todo aquello que nos defiende. El miedo ha existido siempre como regulador adaptativo de la sobrevivencia de nuestra especie, podríamos decir que es positivo para la vida; de hecho, gracias al miedo usamos gel, nos lavamos las manos con frecuencia, nos ponemos cubreboca, nos quedamos en casa y buscamos la protección para nosotros mismos y para los nuestros. Pero ¿qué pasa si nos estancamos en el miedo? ¿qué pasa cuando el miedo deja de ser funcional?
Cuando el miedo nos rebasa sentimos angustia, exageramos, podemos enfermarnos y sentir molestias incluso inexistentes, pueden desencadenarse reacciones desproporcionadas con relación a la realidad y a lo que sucede en el entorno. Es cuando el miedo deja de ser útil y se vuelve disfuncional; es un estorbo para nuestras vidas.
Quizá en este momento es cuando tenemos que tomar una decisión personal fuerte, hacer uso de nuestra libertad que es un gran valor humano, podemos decidir conscientemente recrear lo que sentimos para mirarlo de otra manera, decidir que nuestro miedo puede transformarse en valentía, en fortaleza, en creatividad, en empatía, en solidaridad, en arte.
Lo primero es aceptar nuestro miedo, no tener miedo a decir que tenemos miedo y reconocer que no podemos modificar lo que sucede, ni los miles de contagios en el mundo, ni los procesos que esto conlleva, incluso si somos contagiados, pretender que podemos hacer algo para cambiar esa situación, seguramente sólo nos angustiará. Sin embargo, lo que SÍ podemos transformar es nuestro miedo, ese que hemos identificado en nosotros, decidir que podemos sentir el miedo de otro modo, y si no podemos la primera vez quizá debemos ¡intentarlo de nuevo!
Si aceptamos nuestro miedo, quizá podemos visualizar ¿a qué tenemos miedo de manera concreta? Puede ser a enfermar, a no encontrar comida, a quedarnos sin trabajo, a no ver a nuestros familiares, a morir, a convertir las precauciones en obsesión, a perder la seguridad, a no tener control de nuestras emociones, a no saber que hacer en caso de enfermar, entre muchos otros miedos. La lista podría ser muy larga.
La identificación de nuestros miedos concretos puede permitirnos hablarlos con los demás, actualizarlos con información verídica, ponerlos en la realidad, expresarlos y sacarlos de nuestro imaginario y de esa manera transformarlos. El miedo interiorizado sin salir de la mente se vuelve tóxico, cuando sale se libera y puede cambiarse.
Sentimos miedo y eso nos da valentía para hacer algo diferente, si identificamos a qué tenemos miedo porque entonces podremos poner en acción un valor diferente, por ejemplo, si tememos enfermarnos entonces quizá podemos empezar a trabajar con nuestro sistema inmune resignificar nuestro miedo hacia la protección. Dejaremos de decir “tengo miedo a enfermar” y en su lugar diremos “Hago muchas cosas para protegerme” “tengo muchas esperanzas de lo que hago y no enfermaré” “Estoy en casa para protegerme y proteger a los demás”.
Usemos nuestra libertad para decidir salir del miedo disfuncional y con ello ampliemos la esperanza, y recuerda también podemos pedir acompañamiento emocional.
Dra. María Elena Rodríguez Lara
Logoterapeuta y Tanatóloga
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