¿Cómo saber si “estoy mal” si es lo que conozco?
Desde el punto de vista familiar, usualmente, nacemos en un contexto que acaba siendo muy similar a aquel en el que nos desarrollamos al crecer y sin diferencias aparentes con el resto del mundo.
Me gustaría decir primero que, nuestra familia, al ser uno de los primeros contextos en el que nos desarrollamos (casi siempre el principal), se vuelve un referente que a veces se siente como el único y nos lleva a buscar las SIMILITUDES a las que podremos acceder en un futuro posible cuando seamos adultos. Y así como plantean muchos enfoques teóricos, este contexto familiar fue el que “nos formó” o dicho de manera más categórica: “infancia es destino”.
Sabemos que la conciencia del ser humano funciona gracias a los contrastes, porque nos permiten ver que existe una posibilidad distinta a la que considero que es mía. Esto significa que si yo vivo en un contexto en el que lo único que predomina es lo mismo, por ejemplo: si para desayunar en mi casa la única opción que hay es cereal con leche y es así todos los días de mi existencia, podría cambiar si conozco a alguien que desayune hot cakes, si me ofrecen huevos revueltos o si considero que puedo desayunar carne con chilaquiles. Este ejemplo es solo para decir que necesitamos de otras posibilidades para darnos cuenta de nuestras decisiones, es decir, de los contrastes. Porque entre más contrastes, el resultado de mi decisión aparece con mayor convicción.
En un ejemplo más aterrizado a cuestiones que generan problemáticas comunes pero no simples como un desayuno. Imaginemos que un hombre (Fede) se encuentra ante el deseo de casarse con su pareja (Esther), considera que la única y mejor opción es casarse por la iglesia católica porque todos los hombres y mujeres en su familia se casaron así. Además, Esther considera lo mismo que él y todos los contextos en los que se desarrollan, les sugieren implícita o explícitamente que es lo adecuado, por lo tanto, deciden hacerlo así. Hasta ahora, todo su contexto sugiere que eso es lo mejor, va empatado con los deseos de la pareja y se decantan por esta decisión porque no existen dudas, preguntas, cuestionamientos ni nada que pueda sugerir LA DIFERENCIA. Este concepto, la diferencia, que tanta aversión y atención nos genera, se convierte en una forma de entender el mundo a través de nuestra percepción con la que generamos juicios de inclusión y exclusión que eventualmente transformamos en certezas. En el caso de Fede, desde su propia convicción lo mejor es casarse por la iglesia, no tiene la posibilidad de saber que pudiera haber otras opciones que, incluso, fortalecerían su decisión de casarse por la iglesia. El asunto radica que, en un posible futuro, Fede pudiera sentirse de “x” forma que le hiciera pensar que tomó una “mala decisión” al casarse por la iglesia (este es un planteamiento común) pero no fue esa decisión si no la falta de DIFERENCIAS a sus modos conocidos de entender este tema ante un momento importante en su vida que lo dejaron sin opción, a veces real y otras veces percibida.
Darle la bienvenida a las diferencias constituye un reto y un trabajo que radica, principalmente, en hacer un ejercicio de poner en duda todas mis convicciones, ya sea para cambiar mis decisiones o fortalecerlas y buscar vivirlas de una manera en la que no sea buena o mala, más bien, una decisión que me ayude a elegir ser la persona que deseo ser.
Juan Kidwell Sánchez
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