“Para vivir tenemos que narrarnos; somos un producto de nuestra imaginación. Nuestra memoria en realidad es un invento, un cuento que vamos reescribiendo cada día”*
Y pensamos… “la pandemia del coronavirus está muy lejos, a México no llegará” vaya idea fracturada con la que celebraremos el 7 de abril, Día Mundial de la Salud.* *
Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), “salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” definición que entró en vigor a nivel mundial precisamente un 7 de abril de 1948 y la podemos encontrar en el preámbulo de la Constitución de la misma OMS.
La salud
La salud es una de las dimensiones relevantes para el desarrollo de las personas, su importancia reside en permitir que se mantengan en buen funcionamiento los sistemas biológicos, psíquicos, y cognitivos para la realización de las actividades diarias. Aunque en términos de atención a la salud por parte de los gobiernos las diferencias en el mundo son abismales, por ejemplo, Estados Unidos gasta nueve veces más presupuesto en salud por habitante que México y Guatemala gasta tres veces menos que nuestro país. Quizá la percepción y la certidumbre de atención a la salud debe ser muy distinta para quienes vivimos en cada uno de estos países, así como en el resto del mundo.
A la salud, generalmente, se le vincula con la enfermedad (salud-enfermedad) y en el lenguaje cotidiano contraponemos la segunda a la primera, entendiendo que enfermamos cuando se rompe la armonía y no tenemos salud, cada persona la definimos de acuerdo con nuestras propias vivencias, ya sea como dolencia, padecimiento, anormalidad, trastorno, patología, achaques, alteraciones, molestias, infección o contagio y se le relaciona con vergüenza, asco, dolor, miedo, pena, misericordia, compasión, milagro, fe, confianza. Estando más presentes los sentimientos de malestar en lugar de otros favorecedores del bienestar.
La enfermedad
Un diccionario simple nos dice que enfermedad es una alteración leve o grave del funcionamiento normal de un organismo o de alguna de sus partes, para la OMS es “la alteración o desviación del estado fisiológico en una o varias partes del cuerpo, por causas en general conocidas, manifestadas por síntomas y signos característicos y cuya evolución es más o menos previsible”
Sin embargo, aunque la salud y la enfermedad son parte de la vida y como se señala podría entenderse desde la previsibilidad, enfermar siempre nos sorprende, aunque sea un aviso lejano del cuerpo o porque creemos cercana la posibilidad de contagiarnos, como en este momento por coronavirus y obtener la enfermedad infecciosa COVID-19.
Pensamos que todas las enfermedades implican debilitamiento del organismo y deterioro de la salud, podríamos considerarlas desde dos concepciones: el malestar subjetivo que sentimos en diferentes grados de intensidad y la afectación real del deterioro físico con relación al funcionamiento corporal que también se manifiesta en diferentes grados. Hoy sabemos que quienes enferman por coronavirus (COVID-19) pueden tener únicamente un resfriado común, hasta un síndrome respiratorio agudo severo y morir.
El miedo, la ansiedad y la angustia
Cuando enfermamos procuramos buscar alivio a los padecimientos que sentimos, así como al dolor, al miedo y a la angustia que nos acompañan, siempre cargamos fuertes dosis de emociones aunque en general se hable poco de ello, nos sentimos vulnerables y muchas circunstancias condicionan nuestros sentimientos: la edad, el lugar que ocupamos en la familia, la localización de nuestra casa, los servicios médicos con los que contamos, los recursos económicos disponibles, pero sobre todo el grado de la enfermedad y el nivel de deterioro físico que ésta ocasiona, entre muchas otras circunstancias.
Nos conmociona enfermar porque tenemos miedo al dolor, a la incertidumbre y a la muerte.
El dolor es una experiencia sensorial y emocional desagradable relacionada con el daño real o potencial, para el caso de la COVID-19 imaginamos el dolor de la neumonía y sentimos miedo, o el dolor por la perdida de algún ser querido o de nuestra famila si soy yo quien fallece. No se define el dolor como una sensación sino como una experiencia. Es importante señalar que no es necesario que exista el daño orgánico real, sino la experiencia imaginada en términos del daño descrito. Al respecto habría que cuestionar aquello que hemos leído y visto sobre la enfermedad por coronavirus.
El miedo es una emoción adaptativa e importante, refiere un temor específico concreto, se presenta frente a un peligro real y provoca reacciones de alarma en nuestro cuerpo para buscar protegerse de esa sensación de peligro. Hemos entendido y percibimos a los coronavirus como un peligro concreto amenazante de nuestra supervivencia, su declaración como Pandemia permitió conocer datos de la enfermedad y su letalidad en muchos países como emergencia sanitaria a nivel mundial. Por tanto, todos los días escuchamos noticias sobre los contagios, las crisis en hospitales, en las economías y en las sociedades (verídicas y falsas). De acuerdo con las estrategias sanitarias oficiales hemos tenido que confinarnos en nuestras casas para detener los contagios, desde donde escuchamos las ambulancias, los rumores, los ecos del aislamiento y el ruido del miedo colectivo.
El miedo nos regula y es funcional, porque permite adaptarnos a las circunstancias, pero cuando éste se convierte en disfuncional se traduce en ansiedad, que es temor a algo difuso, vago, inconcreto. En la ansiedad la psique y el organismo se preparan para lo peor, el futuro se ve negro y las incertidumbres prevalecen sobre la racionalidad, orgánicamente se activan procesos neurofisiológicos que ponen en marcha los mecanismos de vigilancia.
En el núcleo de la ansiedad se encuentra la preocupación, no sabemos como será el desarrollo de la pandemia y estamos preocupados, lo cual es natural, sin embargo, la ansiedad permanente incrementa nuestro miedo y se pueden presentar muchos matices como irritabilidad, agitación, impotencia, inseguridad, tensión en gradaciones diferentes. No es lo mismo sólo sentir inquietud frente a esta circunstancia incierta, que romper los ciclos de sueño, y tener consecuencias físicas o emocionales fuertes y disfuncionales que el pánico y la angustia generan. La ansiedad disfuncional puede trastornarnos al punto de entrar en crisis de pánico, con angustia desbordada, rigidez muscular, falta de aire, estrés descontrolado. Además, frente a la posibilidad de enfermar se añaden los efectos sociales y económicos de la pandemia que pueden detonar ansiedad disfuncional, pánico, angustia o incluso subestimación neurótica de los hechos.
Toda esta confluencia de emociones es entendible, racional y lógica; el COVID-19 ha puesto en entredicho muestra sobrevivencia y forma de vivir, sin embargo, no sirve para el corto y largo plazo de la salud mental propia y de nuestras familias.
Resignificar hacia la salud emocional activa
Vivimos un momento de incertidumbre con la sensación de haber perdido el control, entonces recuperémoslo desde nuestra libertad y decisión de salud con el propósito incluso de celebrarla durante este mes.
Salud es la capacidad de respuesta, no ausencia de cualquier falta. Por lo tanto, podremos expandirla transformandonos en personas protagonistas, activas y responsables, capaces de dar respuestas y salidas a la situación.
Podríamos resignificar nuestra idea de salud como sentido de vida, historia vital, proyección y proyecto, encuentro con otros, compromiso y vínculos.
Nuestro sentido de vida y existencia es mucho más que el coronavirus, ¿podríamos decidir limitar el tiempo que escuchamos o leemos sobre el tema? Dedicar un tiempo limitado y específico para tener información válida sobre todo de fuentes oficiales que nos permita tomar decisiones para la vida cotidiana es suficiente para eliminar la sobreestimulación del miedo y la confluencia de emociones mencionadas.
Fortalecer nuestra memoria con la historia vital de nosotros, de nuestra familia, del lugar donde vivimos puede llevarnos a momentos agradables, no todo es y ha sido catastrófico. Ayuda en estos momentos críticos sacar de nuestro contexto los videos, los chats, las noticias amarillistas que contagian pánico y ansiedad.
Proyectar las rutinas propias y familiares en el contexto del confinamiento, reconociendo lo que nos gusta, lo que deseamos y queremos hacer con libertad.
“Quédate en casa” no significa que debamos aislarnos de los otros sobre todo ahora que existen opciones diversificadas de comunicación, aunque quizá sea conveniente hablar poco de la Pandemia, será mejor reír, recordar anécdotas, sugerir otros temas y no olvidar que nuestros vínculos también son mucho más que la enfermedad COVID-19. Y tengamos empatía con nosotros mismos, la consideración de nuestros estados emocionales forma parte del autocuidado y autoestima. Pidamos ayuda psicólogica si observamos que la ansiedad, la angustia, el miedo o cualquier otra emoción de malestar nos rebasan.
Referencias bibliográficas
Acevedo, G. (2019). El modo humano de enfermar. Desde la perspectiva de Logoterapia de Viktor Frankl. Fundación argentina de Logoterapia: Buenos Aires.
Menna, J. y L. Pommorsky (2013). El valor de sentir. Claves para trascender el blindaje emocional. MelHibe: Buenos Aires.
Organización Mundial de la Salud (2020). Día mundial de la salud. Recuperado de https://www.who.int/es
Wikipedia. (s.f.) Definición de enfermedad. Recuperado el 30 de marzo de 2020. https://es.wikipedia.org/wiki/Enfermedad
Malena Rodríguez Lara
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