“En definitiva, será entonces en la singularidad de cada experiencia
donde podremos precisar la significación del pago, su magnitud,
así como la periodicidad y las condiciones en que se realizará.”
Pierre Kaufmann
Uno de los temas más quisquillosos dentro del marco de las psicoterapias es el del pago de honorarios. Alguna vez una persona me decía con mucha molestia: “No entiendo nada. Si contrato a un plomero para que arregle una tubería, le pago justo para eso. Si llamo a un albañil, le pago para que construya una pared o un edificio. Si voy a terapia y el terapeuta me dice que las respuestas sólo las tengo yo, entonces él debería pagarme a mí y no cobrarme”. Muchas personas piensan lo mismo o algo muy similar pues creemos que al pagar, tendríamos siempre que recibir algo a cambio de nuestro dinero. Algo casi siempre material o por lo menos algo que nos satisfaga en alguna forma.
Es cierto que los honorarios son el pago de los servicios profesionales y el tiempo del terapeuta. Sin embargo, esto no es todo. Hay un aspecto que, si no más importante, tendrá una relevancia máxima en el transcurso de las sesiones.
Pocas veces pensamos que el pago que se hace en una terapia es distinto a los demás, pues en este contexto el dinero adquiere una importancia que va más allá de una transacción monetaria.
Para explicitar un poco más a qué nos referimos con esta aseveración tendremos que empezar por plantear el hecho de que cada uno de nosotros tenemos una relación específica y particular con el dinero, misma que tendrá que ver con nuestra individualidad y subjetividad. Algunos podremos despilfarrar para después arrepentirnos de “dar todo” y quedarnos “sin nada”; otros podremos ser ahorradores empedernidos y lograr reducir nuestras angustias “reteniéndolo todo”; algunos más consideraremos que mientras más ceros tengo nuestra cuenta bancaria más valor tendremos como personas para los demás, o viceversa. En fin, los ejemplos serán muchos, el punto es esclarecer que dentro del marco de las psicoterapias el pago que hace el sujeto por sus sesiones va mucho más allá que “comprar” un tiempo para hablar.
En este contexto, el pago constituirá un símbolo cuyo significado cabe desentrañar sólo en el caso por caso, es decir, con cada paciente en concreto. En general, si es que esto puede decirse, puede representar qué tan responsable se hace el paciente del costo de su cura (entendida no en una perspectiva médica sino como la resolución satisfactoria de aquellos conflictos que lo aquejan), o bien, algo que tendrá que ver con que el paciente deba tomar parte activa en el tratamiento y su compromiso con que el curso efectivo y eficaz del proceso terapéutico. Puede inducir también la idea de que ese tiempo y ese espacio en donde transcurre la sesión es del paciente. Podrá entonces decidir hablar de lo que desee, sin dirección ni juicios; podrá elegir guardar silencio, llegar tarde, llegar temprano o no llegar, responsabilizándose de las consecuencias directas o indirectas que se derivarán de tales acciones. Podrá pues lograr ahora sí libre albedrío, hacerse cargo de sí, de su decir, de su hacer. Podrá decidir, y decidir es uno de los conflictos más complejos a los que nos enfrentamos los seres humanos durante nuestra vida. ¿Será por eso que pagarle al terapeuta es a veces más difícil que pagarle al plomero?
コメント