Este es el único día del año en el que no nos asusta tanto saber que la abuelita, fallecida hace algún tiempo, va a venir de visita con nosotros y hasta un cigarrito se anda echando. Esta tradición parece que gira en torno a la muerte, pero en realidad no se trata de otra cosa más que de celebrar la vida.
Probablemente nuestras creencias sobre lo que sucede después de morir están moldeadas por nuestra cultura y religión, y pueden variar enormemente de un grupo a otro, o incluso de una persona a otra. Por el contrario, la vida, y todo lo que sucede en esta dimensión terrenal, es algo que todos los seres humanos compartimos; en el presente y también con aquellos que en el pasado estuvieron aquí, en el mismo lugar que nosotros.
Ver las fotos de mis antepasados en el altar siempre me hace recordar las expresiones que utilizaba mi bisabuela cuando hablaba, mismas que también veía en mi abuela y ahora en mi madre. Unos ojos casi idénticos a los míos en la foto de mi tío abuelo y un lunar arriba de la
ceja de mi tía, en la misma posición que el lunar de mi frente. Y esto me hace pensar en cuántas cosas de mis antepasados más lejanos habrá en mi. Más allá de los rasgos físicos o gestos, que son características visibles, todas las historias y experiencias que pasaron para que yo esté aquí en este momento.
El día de muertos es una oportunidad para volver a compartir aquello que se disfrutaba con un ser querido. Es el día que honramos la vida de todos los que estuvieron antes que nosotros y que ahora, indudablemente, una parte de ellos todavía vive en los recuerdos, en
el cuerpo y en el corazón.
Michelle Whitehouse
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