Honestamente, no conozco algún faquir profesional que me pueda responder la siguiente pregunta y, por lo tanto, deberé imaginar con la suficiente claridad tanto el escenario como a dicho personaje, igual que su cara cuando no sepa qué responderme:
-Señor Faquir - ¡Oh, Humilde Asceta que recorres el Camino llevando tu Resistencia Física y Mental más allá de lo Deseable y lo Socialmente Aceptado Actualmente! -, cuando lo veo acostado cuan largo es Usted, en su ancestral Cama de Clavos, por favor, yo necesito que me responda: ¿Está cómodo…o simplemente está Usted muy acomodado?
Podrían suceder varias cosas después de eso. La primera, que me viera con bondad y compasión ante la infantil pregunta, para después guardar un silencio virtuoso, en espera que mi propio Destino conteste en tiempo y forma a esa inquietud que, obviamente, tiene que ver más conmigo y mi experiencia de vida, que con su deseo de estar sobre una horrible cama de clavos; la segunda es que se lo tome personal, se levante de un brinco y me corra a pedradas por metiche y cizañero.
Pero en situaciones no directamente relacionadas a sillas, mesas, camas, hamacas o cualquier otra cosa inanimada que pudiera ofrecer clavos nuevos o usados, y sobre todo de frente a nuestras relaciones personales, sentimentales, familiares, de amistad o de trabajo, hago la siguiente pregunta: ¿Cuánto tiempo llevamos acomodados…sin estar realmente cómodos? ¿Cuánto tiempo llevamos acostados, sentados o simplemente recargados sobre clavos nuevos o viejos -intelectuales, emocionales, sentimentales, económicos, sexuales, etc.-, que la sola idea de movernos nos lleva simplemente a quedarnos…acomodados? Y la responsabilidad de seguir así -y menor o mayormente incómodos-, no es de la silla, la cama, mi trabajo, mi matrimonio, mis hijos, etc., es mía: es o fue mi decisión incluso si me aplico el clásico “en ese momento me dejé llevar por la corriente”, o de manera menos inconsciente le haya entregado el dominio de mi vida a otros.
¿Con esto quiero decir que debamos hacer algo? No, si en realidad no queremos que nuestra vida sea diferente (N. del Autor: Ojo que dije “diferente”, no “mejor”, pero en definitiva sí algo distinto a lo que hoy tenemos).
Empezar a reconocer los lugares y las relaciones en donde estamos acomodados, no significa botarlas y salir corriendo a buscar nuevas: el primer paso -el de darnos cuenta-, ya lo dimos, y fue muy incómodo, displacentero; los pasos que siguen, requieren trabajo y tolerancia a la frustración, y un gasto energético que nos va a poner a prueba mucho más que solo recostarnos sobre nuestros queridos clavos… ¿Y todo ese esfuerzo me garantiza que llegaré a un Lugar Ideal de Merecida Comodidad Generalizada? ¡Claro que no! O no todos llegaremos a ello. Pero justo en alguna parte de nuestro recorrido, no vamos a querer cambiar la incomodidad de estar en movimiento, tranquilos y por momentos incluso felices, por aquello que nos mantenía inmóviles, frustrados, inquietos y francamente enojados.
Julio César Rueda
Psicoterapeuta Humanista
Yorumlar