¿Te ha pasado que te sientes muy chiquito frente a un problemón? y además ves que otros se enfrentan a las cosas con una osadía envidiable, casi como si fueran guerreros troyanos.
En los años 60, Martin Seligman y colegas llamaron Indefensión aprendida (learned helplessness) a este fenómeno. Surgió al hacer un experimento con perros partiendo de una base Pavloviana (asociar el sonido de una campana con la hora de la comida hace que los perros saliven al escuchar este sonido), donde querían comprobar que el asociar un sonido con un electro shock, dicho sonido comenzaría a causar miedo en los perros; después, observaron que al trasladarlos a una nueva situación de la que podían escapar, no lo hacían.
Con esto, Seligman se dio cuenta de algo que a Pavlov se le había escapado: nada de lo que el perro pueda hacer afecta el hecho de recibir o no recibir comida, es decir, no importa si saliva o no porque recibir comida no depende de eso. Al igual que en su experimento, sentir miedo no depende de recibir o no recibir el impulso del electro shock.
Para comprobar su teoría realizó un estudio en ratas, perros y humanos. Este consistía de tres grupos: a uno les daban un electro shock (de 5 seg) sin importar nada, a otro grupo les daban el mismo shock pero con la posibilidad de frenarlo apretando un botón, y al tercer grupo no le dieron ningún estímulo. Veinticuatro horas más tarde llevaron a todos los grupos a una caja (shuttle box) de la cual podían escapar saltando una pequeña barrera. Los resultados arrojaron que los integrantes de los grupos que no habían tenido control sobre el shock ni siquiera intentaban escapar. A diferencia de los otros dos grupos que buscaron y lograron escapar, los primeros habían aprendido a ser indefensos. La conclusión a la que llegaron fue que lo más significativo no es el trauma, sino el control que tenemos (o que creemos tener) sobre los eventos negativos de nuestra vida.
También notaron que de los grupos que recibieron el shock de manera inevitable hubo 1/3 de perros, ratas y personas que no se volvieron indefensas, como si fueran “inmunes”. Al profundizar se dieron cuenta que esto dependía de la manera en que se perciben los eventos: ¿se perciben como temporales o permanentes? ¿locales o generales? ¿controlables o incontrolables?
Los pensamientos pesimistas desembocan en indefensión. Cuando somos así, solemos decir frases como: “híjole, ahora sí no voy a poder solucionar esto, va a afectar toda mi carrera de ahora en adelante y no hay nada que yo pueda hacer…” Pero lo que sí podemos hacer es cambiar poco a poquito nuestra percepción de los eventos negativos que nos pasan hacia algo más tolerable, ser un poco más optimistas.
Michelle Whitehouse
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