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Foto del escritorCentro Agalma

La experiencia de un terapeuta.

Esta breve historia se cuenta de atrás hacia adelante. Hoy pienso que una clave fundamental para atender a personas en terapia, es ofrecer condiciones que ayuden a quien nos consulta a sentirse en confianza para hablar de aquello que considere importante. ¿No es esto por lo que nos buscan? Por ello, creo que es preciso estar disponibles, atentos, conscientes y preparados para cualquier eventualidad…aunque supongo que no se puede tener todo al mismo tiempo, ¿o sí? Alguna vez pensé, como analogía, que los terapeutas necesitamos saber bailar todo tipo de música para saber cómo invitar a ésa persona que busca terapia, a sentirse con comodidad y seguridad para entrar en el “baile terapéutico”; no solo saber los pasos pero sentir el ritmo, conocer las sensaciones y emociones que se despiertan, por ejemplo, con un tango hecho de Deseos Inconfesados o por la aceleración que puede causar el rock n´ roll de La Prisa o de La Angustia, sin dejar la suavidad que tiene un bolero Triste y Melancólico, entre muchas otras formas de llevar el ritmo único e irrepetible de cada sesión de terapia.


Hace unos años, me maravillaba con las técnicas y herramientas terapéuticas que leía en libros, o que conocía en mis estudios y también me emocionaba saber cuándo, cómo y con quién aplicarlas. Me gustaba (a la fecha) vivir el reconocimiento de mis intervenciones como lo suficientemente poderosas para las personas que las recibían pero sobre todo que vivían y compartían conmigo. En Gestalt, a la espera de la famosa y choteada “silla vacía” para facilitar que el paciente nos comunicara emociones importantes que tenían que ver, por ejemplo, con quien por algún motivo, ya no estaba en su vida. En Humanismo Rogeriano, me agarré del concepto de la consideración incondicional positiva para no olvidar que el cliente necesitaba algo de aquello que llamamos humanidad. En Constelaciones Familiares, entendí cómo acompañar al consultante a ver que “lo que le sucede” muchas veces está gobernado por leyes más complejas y grandes que solo el/ella mismx, es decir, su clan o familia.


Cuando recién comencé a estudiar la carrera de Psicología, atravesé dudas sobre si dedicarme a la clínica o a la psicología del deporte y me tomó casi 9 semestres decidir por la opción más evidente (es que por otro lado me gusta mucho jugar al “y si fuera distinto…” jajaja). Cuando estuve seguro de qué estudiar, iba con dos ideas muy simples (creo que también comunes): “ayudar a la gente que necesita ser comprendida (¿ quién no lo necesita?)” y “aprender y vivir TODO lo que se necesite para lograr la primera idea”.


Mientras empezaba este escrito, me di cuenta que es esa actitud de no saber ni conocer al otro -y que se alimenta del deseo de conocer lo que vive-, el tema que justo ahora me mueve a escribir. Ahora (también) la fenomenología forma parte importante de la actitud y el método que hoy me lleva a ése momento de acompañar a alguien en proceso de terapia. Sin embargo, es LA PASIÓN lo que me mueve a ir al encuentro del Otro: la pasión de buscar estar, comprender y acompañar, apostando a que de este modo, se logre lo que sea que la Persona necesite de su proceso de terapia y de su terapeuta (yo, en este caso).


Juan A. Sánchez Kidwell.

Centro Agalma.


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