¿Qué diantres es eso que llaman terapia? ¿Para qué ir? ¿De verdad estoy loca o profundamente mal para asistir con un psicoterapeuta? Actualmente navegando en la web podemos encontrar infinidad de textos que tratan de brindar una descripción teórica que explique desde cierta perspectiva qué es, para qué sirve y cuántos modelos terapéuticos existen, sin embargo, me pareció valioso más que dar otra arista explicativa, compartir mi experiencia de la psicoterapia desde ambos lados del espejo, el lugar de la paciente (para usar un término más concurrido) en un proceso de terapia, así como del otro lado del espejo, mi vivencia desde la posición de psicoterapeuta. Cabe señalar que en esta ocasión no pondré énfasis en las diferencias entre psicoanálisis y psicoterapia, no es el objetivo de este escrito, por dos razones, en primera mi experiencia en tanto paciente ha sido desde el psicoanálisis, no obstante mi formación profesional, mi práctica clínica gira en torno a un modelo de psicoterapia integrativa; además el interés aquí radica en comunicar a cualquier lectora la vivencia subjetiva de ambos lados del consultorio.
Desde el lugar de la analizante/ paciente/cliente
Para mí vivir un análisis ha sido una experiencia dirigida a liberar, comprender, asimilar, pensarme distinta, encontrarme desde mis afectos, mis fantasías. Es una experiencia en la que sientes la amalgama entre el pasado y el presente, su continua relación. Te descubres en los detalles y comienzas a reírte contigo y de ti misma.
Es un proceso de reconstrucción, un ir y venir en espiral en el que te fortaleces, te sorprendes, te asustas al encuentro de fantasmas de antaño. Un espejo donde encuentras reflejado el rostro de otros al observar el tuyo. Un espacio en el que descubres las palabras de otros en tu lengua, las voces de la infancia de la adolescencia resuenan en tu interior.
En el análisis el cuerpo propio es escuchado, en sus quejas sentimentales, en sus memorias infantiles, su lenguaje marca el curso y el ritmo de un trabajo de liberación. Conforme me fui apropiando del consultorio, el análisis se convirtió en un espacio para soñar, para imaginar, para desear-me desde lugares nuevos, hasta cambiamos el tablero del juego. Por supuesto que también ha sido un campo de batalla contra ataduras, grilletes.
Psicoanalista y analizante/paciente hacemos las veces de cerrajeros que abren candados, plomeros que destapan cañerías, albañiles que tumban muros, los resanan juntos y levantan canales, construyen los espacios para puertas y ventanas internas inimaginables al inicio del proceso.
Analizante y psicoanalista nos sumergimos en laberintos brumosos de aquello que se asoma en lo que una actúa cotidianamente, ahí donde una se autojustifica o se victimiza.
Cada sesión me ha prometido un viaje inesperado, así como la inercia nos lleva a parajes conocidos, un minúsculo detalle nos regala un viraje que encamina a un valle, a una cueva, un desierto o una montaña interna por escalar.
A veces navegamos mares turbulentos, a veces nos adentramos en antiguas casas abandonadas al inconsciente.
Hay cierres de sesión en los que salimos heridos de batalla, otros sonrientes y triunfantes, hay sesiones en las que la neblina es densa y otras que se viven como el arribo a un puerto, el descanso de cuando el mar toca la arena y la espuma se desvanece.
A veces es una genuina expedición a profundas selvas internas, empresa que entusiasma aunque cansa, hay caminos sinuosos, momentos en los que una siente el peligro inminente ante el encuentro con los seres que la habitan, pero hay momentos bellos en los que vislumbramos una orquídea o un colibrí en nuestro interior.
Como todo viaje hay paradas, hay sorpresas, cansancio y malestar, momentos chuscos, momentos de lucidez.
Travesías en las que el itinerario no es dictado por la consciencia, guía el deseo inconsciente, nos lleva a sus ritmos, con sus impases, con su lógica a develar.
Centro Agalma
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