(Cuernavaca, mayo del 2004)
Recuerdo que la tarde de ése domingo estaba tan radiante, feliz y caliente, que no me quedaba duda cuál sería mi itinerario a seguir: quedarme en casa, al abrigo de unas cervezas, un par de DVD's y el Xbox con mis recurrentes House Of The Dead, Halo y Doom. Mi perro adoptivo, Draco, el cual era una mezcla negra, imperfecta y furiosa de pastor alemán con labrador, se sofocaba con el aplastante calor y me miraba con cejas dubitativas, inquietas, como esperando que yo dejara las bromas y bajara de una buena vez la temperatura. De este modo, me siguió hasta el lugar donde rutinariamente me sentaba para jugar y/o ver la televisión; siempre ponía su enorme cabeza en mis piernas para que lo apapachara de manera obligada unos momentos, tirándose al suelo de inmediato, buscando consuelo en el piso a tan infortunado clima. Recuerdo que, mientras jugaba, si yo me reía, él se levantaba y movía la cola feliz; si yo gritaba frustrado, él de inmediato se hacía "más pequeño" y me miraba con...miedo; sin embargo, en los repetidos momentos, latentes, cuando me llegaba la nostalgia por lo que nunca fue ("...al lugar donde has sido feliz es mejor que no trates nunca de regresar...", para mayor información busquen a Miguel Ríos, El Blues de La Soledad) él se levantaba solícito a lavar mis lágrimas con angustiosa prisa. Yo sabía desde hace tiempo que mi perro adoptivo compartía conmigo la MATEA que, a su vez (siempre y cuando, de verdad, no nos falte un tornillo importante a cualquiera de nosotros), compartimos con la mayoría de los seres vivos razonablemente inteligentes. A saber:
M iedo
A legría
T risteza
E nojo
A mor
Estas, aunque podemos decir que son las emociones primarias, no son necesariamente el origen: es en las sensaciones donde todo comienza. Y las sensaciones son ésas cosas que nos pasan justo cuando vivimos, cuando estamos en contacto con la realidad: el frío, el calor, hambre, dolor físico, etc., es decir: todo aquello que se deriva de mi contacto con el mundo y con los otros que me rodean da como resultado y en primer lugar, una gama amplia de sensaciones.
Claro que para mi perro Draco, allá en Cuernavaca, la sensación del calor lo ponía de las extra-malas y a mí, de inmediato, me hacía encabronar. Pero el caminito era el mismo para él y para mí. Sin embargo...
Sin embargo hay un límite reconocido, aunque poco claro para cualquiera, en donde los hombres y mujeres tomamos las sensaciones, las convertimos en MATEA y nos alejamos justo ahí de otras especies (no diré cuáles, para no herir susceptibilidades de las personas que amamos a los animales pero, sobre todo, para no denotar ignorancia y, además, hacerme el interesante). Veamos algunos cócteles que nos encantan a los humanos:
El Clásico: tome Usted al Enojo, póngale una cucharada de Culpabilidad y, dependiendo del alcance de su actitud o de sus palabras, obtendrá un tarro de Vergüenza o una jarra de Machacamiento Tormentoso.
El Azul: ponga una buena cantidad de Tristeza, añada algo de crudo Abandono y tendrá una ensalada de Rechazo, un emparedado de Pura Indiferencia o un sufflé de Exquisita Discriminación
No obstante, aquí hay una receta Feliz: revuelva a su gusto la Dorada Felicidad que encuentre, con la Aceptación que quiera sin temor a que sea demasiada, y obtendrá un bufete de Realización y Respeto abundantes.
Justo aquí, no veo a mi perro Draco haciendo estas mezcolanzas: son propias de nosotros, los humanos.
¿Porqué conviene saber de las emociones primarias...para qué me sirve estar consciente de que la realidad me provoca sensaciones que luego se convierten en MATEA...¿ La respuesta inmediata y útil es, sobre todo, para ejercer Responsabilidad.
Por ejemplo: estoy en un diálogo -o pelea, según intereses- muy acalorado con alguien que digo amar, y no hay modo en que mi cuerpo (todo mi sistema, de hecho), evite ser un auténtico maremágnum de sensaciones que de inmediato se harán emociones primarias y que, a la velocidad de las neuronas de cada quién, se convertirán en sentimientos complejos...pero si yo no quiero ser consciente de ellos, si decido no tomar en cuenta todo esto desde un principio, estoy condenado a ser el resultado de una suma de cosas que, ya de entrada, no están en mi control, pero que cuando cruzan la frontera de lo Humano y dejan el territorio animal, podría y debería ser responsable de lo que ésa situación, con ésa persona, me hace sentir y pensar para yo actuar y hablar en consecuencia de mis verdaderos deseos, no de una respuesta que cualquiera de nuestras mascotas tendría sin rastros de culpabilidad, vergüenza o cualesquiera de esas cosas que solo nos pasan a los humanos.
Conocer las emociones primarias y cómo nacen y cómo nos impactan, nos separaría triste, y al mismo tiempo, feliz y definitivamente de las mascotas que amamos y nos acercaría a los de nuestra especie.
Julio Cesar Rueda.
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