Cuando escuchamos esta frase, es posible que lo primero que se nos venga a la mente sea algo relacionado con cuestiones materiales o económicas; sin embargo, podemos pensarlo también en términos de emociones y afectos. Una persona que no es feliz difícilmente podrá compartir felicidad con otro. Una persona que está todo el tiempo ansiosa o angustiada no podrá servir como soporte o acompañar a alguien que necesite calma y contención; y así, muchos ejemplos.
Este asunto se pone de manifiesto en cualquier interacción humana, especialmente en la relación de los niños con sus padres. Cuando los hijos son pequeños son los padres quienes deben fungir como guías, como filtros que les ayuden a nombrar lo que sienten o piensan de manera clara. Los padres son una especie de intérpretes que auxiliarán al pequeño a “dar forma” a todo un marasmo de emociones y sensaciones que existen en su interior. Serán ellos, los grandes, los que tendrán que ir enseñando a poner en palabras todo lo que el niño dice con sus enojos, berrinches, gritos, golpes y llantos.
Pero, ¿qué pasa cuando el padre o la madre tampoco poseen la salud emocional adecuada que les brinde la capacidad y oportunidad de mantenerse serenos y calmados ante los arranques emocionales de los chicos?
Primero debemos entender que por SALUD EMOCIONAL no nos referimos a que los padres tengan que ser poco más que perfectos, que no se enojen nunca, que no pierdan la paciencia jamás. No, nos referimos a su capacidad de autocontrol, a que exista coherencia entre lo que dicen, hacen y piensan; a su capacidad para autorregular sus emociones y a no sentirse rebasados siempre por ellas. A su habilidad para resolver conflictos de manera positiva y ser empáticos con otros, a su capacidad de reconocer sentimientos y afectos propios y ajenos.
Esto es más fácil decirlo que lograrlo. Habrá que tener en cuenta que los padres y las madres depositan en sus hijos, ya sea de manera consciente o no, muchos de sus ideales, prejuicios, miedos, culpas, angustias, conflictos no resueltos relacionados con sus propias historias de vida. Poder diferenciar lo que les corresponde a ellos de aquello que corresponde a sus hijos requiere de un trabajo arduo de autorreflexión que permita repensar y cuestionar aquello que están dando y, por lo tanto, aquello que están recibiendo.
Centro Agalma
Comments