Caer en clichés, lugares comunes, frases hechas, mensajes de tarjeta de regalo y básicamente cualquier expresión demasiado conocida para comunicar amor, deseo, importancia, cariño y una lista larga de etcéteras, me ha generado un constante rechazo hacia dar y recibir estas experiencias. Quizá sea porque al ser visto allí me siento poco especial, puede ser que no vea la diferencia entre eso y la expresión de lo mismo pero con otras personas, posiblemente también es porque me atrapa en un lugar del cual me siento ajeno y del que deseo salir corriendo.
Alguna vez alguien me dijo que algo que le gustaba de mi era que era agrio (creo que eso lo desarrollé gracias a la continua convivencia con un gran amigo) porque le hacía reír. Yo creo (o quiero creer) que encontraba conmigo cierta posibilidad de conexión novedosa que no se encuentran en aquellas expresiones comunes. Esa relación se desarrolló de muchas maneras y hacia diversos proyectos que aún nos unen y mantienen en una relación de pareja que incluye proyectos diversos, entre ellos, una hija. A decir verdad, un gran porcentaje de las formas en la que se puede ver nuestra relación, parecería que completamente cae en estereotipos de tarjetas de Hallmark (disculpar el anuncio) e incluso yo mismo a veces llego a pensarlo; la verdad es que me tiene sin cuidado.
Recientemente hablé con alguien a quien le preocupa la posibilidad de ser papá y mientras hablábamos fuimos llegando a planteamientos interesantes. Uno de los puntos finales que se volvió central para la atención de sus preocupaciones consistió en un par de preguntas: ¿qué relación quieres con tu hijx?” y “¿qué consideras importante que aprenda de ti?”. Estas son preguntas que de manera intuitiva he llegado a hacerme y, considerando mi historia familiar, atendiendo dificultades vividas en mis diversas etapas (niñez, adolescencia, adultez joven), las personas con quienes he convivido y querido (incluidas las actuales) puedo llegar a esbozar posibles respuestas para estas preguntas que no son tatuajes grabados, sino más bien, ejercicios de consciencia que me hacen poner atención a mi ser padre.
Con esto último, puedo decir que algo claro es que más allá de los convencionalismos sociales, las posibles vergüenzas, lo fuera del libreto que puedo ser/decir/hacer mis decisiones y posturas acerca de cualquier tema, parecer ridículo y con el riesgo de ser y parecer descuidado e irresponsable, he llegado a la decisión de que las dos preguntas que le hacía a esta persona sobre sus preocupaciones para mi se resumen en estar presente con, para y por ella.
Mi hija ayer respondió a la pregunta del título de este artículo y con ello, una experiencia emocional tan intensa que ha logrado muchas cosas, entre ellas, escribir. Su respuesta fue muy sencilla y consistía de dos palabras, llenas de autenticidad para un padre presente y amoroso, empapados de enamoramiento (propio de su edad), cierto mareo asociado al sueño que le da después de leerle su libro antes de dormir e incluso con el truco de la pregunta que ella misma me hizo para responderse sola aunque con la enorme diferencia de tenerme a mí de testigo: ¡ESTAR CONTIGO!
Entonces, puede ser, que estas fechas decembrinas de fin de año, Navidad o Hanukkah (importantes o no) sean justamente una excusa para preguntarnos a nosotros mismos sobre todo lo que nos conecta con las vastas posibilidades de aquello que es importante en nuestras vidas. Para mi, aunque pueda parecer un lugar común, envuelve una buena parte importante de aquello que es valioso para mi pero no es una tarjeta de regalo que expresa sentimientos vacíos, es un gran significado.
Juan Sánchez Kidwell
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